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El Laberinto de Wololo
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La casa de muñecas

octubre 17, 2019, 14:59, No hay comentarios

—Señora Murray, nos preocupa el repentino cambio en el rendimiento académico de Mery, es muy bajo —dijo el profesor Bill—. ¿Sabe cuál es el motivo?

—No, no sabía que algo iba mal —dijo la señora Murray—. Lo único raro que he notado es que no habla tanto como antes, tampoco deja de jugar con su casa de muñecas. 

Mery, sentada al lado de su madre, parecía más pendiente de conseguir hacer una puerta con los tres bolígrafos del profesor que de la conversación que estaba teniendo lugar en el aula. 

—Señora, Mery no habla con sus compañeros y cuando lo intentan, ella los rechaza de malas maneras —continuaba el profesor—. Discúlpeme pero tengo que preguntarlo, ¿hay algún problema en casa? 

—¿Qué está insinuando? —alzó la voz—. No voy a consentir que dude de nuestra familia, vámonos Mery. 

—Pero, mamá, casi lo había conse…

—¡Nos vamos!

La madre y la hija salieron del aula a toda prisa, sin mirar atrás. En el trayecto de vuelta, la señora Murray no dejó de despotricar contra el profesor Bill. Tardaron en llegar unos quince minutos, la madre de Mery estaba realmente cabreada. La familia Murray vivía en una pequeña casa de dos plantas a las afueras de la ciudad, de color gris y el tejado, de tejas oscuras.

—Vete a tu cuarto a hacer los deberes, Mery. 

—Pero mamá…

La mirada de su madre evitó que la niña terminase la frase, sin mirar atrás, subió a su cuarto. Su habitación era de color rosa amaranto. Junto a la cama, en el suelo, había una casa de muñecas enorme, casi tan grande como Mery, había pertenecido a su madre cuando era pequeña, era muy vieja y tenía grandes agujeros. Dentro de la casa habían tan solo cuatro juguetes: un perro, una osa panda, un oso pardo y una niña, los demás estaban tirados por el suelo, rotos. 

Todas las tardes después de clase, Mery jugaba con sus muñecos, si no era interrumpida por Mike, su hermano mayor, podía pasarse horas encerrada en el mundo que había creado. Le encantaba jugar con el perro y la niña, hacía que se persiguieran por las distintas estancias de la casa y el perro, siempre perdía aposta para hacer a la niña feliz. Siempre que jugaba con la panda le resultaba muy divertido hacer de mamá despistada y que no se enteraba de nada. El oso que apenas jugaba con él, a veces pensaba en tirar el juguete, pero lo quería, lo tenía desde hacía mucho tiempo. 

—¡Mery! —gritó la señora Murray—, ¡La comida está lista! 

—¡Voy! —Mery puso al oso, con mucho cuidado, en el dormitorio principal y bajó al comedor. 

Alan era el nombre de su padre, era un nombre alto y escuálido, el único rastro de pelo castaño que se podía ver, estaba en los laterales de la cabeza. La silla libre estaba junto a Mike, como siempre, frente a su padre.

—¿Cómo te ha ido hoy en la escuela Mike? —preguntó la señora Murray. 

—Muy bien —sonrió—, estamos aprendiendo las raíces y potencias, es muy fácil. 

Su madre y Mike no pararon de hablar del colegio, ella reía y alababa sus grandes calificaciones y él sonreía tímido y desviaba la mirada, de vez en cuando, hacia Mery. Ella no levantó la cabeza de su plato.  

—¿Qué hay de ti, Mery? —dijo Alan, era la primera vez que hablaba en toda la noche. 

—Todo va bien, papá —dijo sin levantar la mirada. 

—¿Estás segura? 

—Sí, papá. 

—¿No había llamado el profesor…? —miró a Annie— ¿Cómo se llamaba? 

—Se llama Bill —dijo Annie. 

—Eso —chasqueó los dedos—, ¿qué quería?

—Reunirse conmigo, las notas de Mery han sido muy bajas últimamente —suspiró— y quería saber el motivo. 

—¿Qué? —dijo sin alzar la voz— ¿Es eso verdad Mery?

—No volverá a pasar —intervino Mike—, yo la ayudaré. 

Mike cogió la mano de Mery por debajo de la mesa y se la apretó dándole fuerzas, ella le sonrió agradecida y volvió a mirar su plato. Su padre se levantó de la mesa y se colocó entre ella y Mike. 

—No volverá a pasar, ¿verdad Mery? —dijo Alan mientras le sostenía la barbilla para mirarla directamente a los ojos. 

—Verdad… papá —estaba temblando. 

—Estoy preocupado por ti, mi niña, lo entiendes ¿verdad?

Mery desvió la mirada. 

—Mírame cuando te estoy hablando.

Ella le miró sin decir nada. 

—Estás creciendo muy rápido Mery —dijo en voz suave—. Sube a tu habitación, no vas a cenar hoy. 

Mery seguía con carne de susto cuando entró en su habitación y se tiró sobre la cama llorando, estuvo así hasta altas hora de la noche cuando sintió que abrieron la puerta, sabía quién era sin tener que mirar. Notó que se sentaba en la cama, junto a ella. 

—Me preocupas, Mery.  

Al día siguiente estuvo jugando toda la mañana en su casa de muñecas, el oso y la niña pasaron más tiempo juntos, ya no jugaba con el perro, no sabía por qué y la panda seguía sin enterarse de nada. 




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