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El Laberinto de Wololo
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Terapia de choque

enero 1, 2020, 19:49, No hay comentarios

—Te vas a recuperar pronto —dijo Ricardo a su espalda mientras tomaba un café junto a la ventana del patio—, el médico dijo que necesitas un mes de reposo. 

—Ya lo sé. Yo también estuve ahí. 

Habían pasado dos días desde que Ansel se cayera de la moto. El accidente ocurrió cuando volvía de cubrir una noticia sobre un robo; aquel día no paró de llover. Ansel tomó mal una curva porque el asfalto estaba resbaladizo y la moto se le cayó encima de la pierna izquierda. 

Los días pasaban y Ansel no salía de casa, se levantaba de la cama con la ayuda de su marido o de sus muletas y se sentaba en la silla que había colocado Ricardo junto a la ventana para poder ver el patio. Desde que habían empezado las vacaciones de verano, siempre observaba a los niños del vecino jugando a la pelota. Después de quejarse a sus padres, se apalancaba en el sofá y encendía la televisión. Ese día no cambió la rutina; Ricardo había salido a hacer la compra y cuando volvió, llevaba bolsas y estaba sudando a la vez que sonreía. 

 —Tenemos nuevos vecinos —fue a la cocina y regresó—, son un matrimonio. El matrimonio Hook. El marido estaba en el portal, más o menos son de nuestra edad. Podríamos ir a hacerles una visita luego, cuando vuelva del ensayo. Estaban en plena mudanza y no quiero molestar. 

 —¿Por qué tengo que ir yo?  

 —Para que hagas amigos, viven justo enfrente, solo tenemos que cruzar el patio. 

 —No necesito amigos  —Ansel subió el volumen de la televisión. 

 —Los necesitas  —Ricardo le quitó el mando —, y también ducharte. Cuando vuelva del ensayo te pienso obligar a que te duches. 

 —Que síííí… 

 —Y no te asomes por la ventana, que luego te pones de mal humor por  esos niños —sacó el teléfono móvil, besó a Ansel—. Me tengo que ir ya, cariño.

Al salir por la puerta, Ansel fue al baño despacio. Al volver, se sentó en la silla junto a la ventana y apoyó las muletas contra el marco. El patio era de baldosas antiguas, rojas y blancas. En el centro, custodiándolo todo, había una figura de un pavo real de mármol. No había nadie en ese momento. Se estaba levantando cuando se fijó en el piso de enfrente. 

No habían echado las cortinas y observó toda la sala principal, el salón estaba lleno de cajas y al lado de ellas estaban sus nuevos vecinos. Se estaban besando. El señor Hook era un hombre alto con el pelo rapado y barba negra, era muy delgado y la señora Hook, más baja que él, de pelo negro, tapado por una boina gris. El la cogió en brazos y fueron a la habitación.

 «No pierden el tiempo —pensó Ansel».

Ansel iba a apartar la mirada cuando la puerta de la entrada se abrió y entró una mujer rubia.

«Esto se pone interesante». 

El marido salió corriendo de la habitación y le besó en la boca. Estaban hablando y se dirigían a la cocina cogidos de la mano, cuando la puerta del cuarto se volvió a abrir y la primera mujer salió, se acercó a la salida sin hacer ruido, con el pelo negro suelto por su espalda, y se marchó. 

«Qué perro señor Hook —rio Ansel—, faltó poco».   

Pasaron por el salón y fueron al dormitorio. No apartó la mirada de su piso, al rato, el señor Hook salió sin camisa y luego le siguió su mujer en bata. La mujer se fijó en el suelo y cogió algo, era una boina. Escuchó algo porque la tiró entre las cajas. El hombre apareció, le sonrió y volvió a entrar en el cuarto. Ella, en cambio, fue a la cocina y unos segundos después, apareció con un cuchillo muy grande en la mano y entró en el dormitorio. Pasaron unos segundos y salió con el cuchillo manchado de rojo. 

«¡¿Qué demonios?!» 

Ansel, nervioso se ayudó del marco de la ventana para ponerse de pie, saltó sobre una pierna y se acercó lo más rápido posible a la mesilla, junto al sofá, para llamar a la policía. 

—¡Han asesinado a mi vecino! —gritó Ansel—. ¡Vengan rápido! 

Ansel no dio su nombre, tan solo les dio la dirección y el piso de sus vecinos. A los quince minutos escuchó las sirenas. Se acercó y vio cómo tres agentes, armados, hablaban con la vecina y se marcharon al poco tiempo tras haber inspeccionado el piso, sin arrestarla. 

«¿Por qué no se la llevan?» —pensó él.   

Ansel no se movió del sitio hasta que llegó Ricardo. 

—No te lo vas a creer, Ansel —dijo Ricardo—, el portero me contó que la policía fue a la casa de los nuevos vecinos por una falsa denuncia —vio a Ansel, que estaba mirando por la ventana sin disimular— Ansel... ¿Fuiste tú quien llamó a la policía? 

Ansel no respondió. 

—¡Ansel! —se acercó a él y le apartó de la ventana—. ¿Por qué lo hiciste? 

—¡Mató a su marido! —gritó Ansel—, ¡lo vi desde aquí! 

—Es imposible, Ansel, cuando me lo encontré esta mañana me dijo que tenía que irse a trabajar fuera de la ciudad unos días.

Discutieron durante horas. Después de la cena, Ansel insistió en dormir esa noche en el sofá, quería ver la televisión hasta tarde y no quería molestar a Ricardo. 

—Pero no te pongas a mirar por la ventana.  

Al escuchar los ronquidos que venían del dormitorio, Ansel se levantó con mucho esfuerzo, se sentó en su sitio y volvió a espiar a su vecinos. La sala principal estaba iluminada pero no había nadie ahí. Esperó unos minutos hasta que la señora Hook apareció y cogió bolsas de basura llenas y salió del piso. 

«¿Qué llevará dentro de esas bolsas? —se preguntó él—. Estas no son horas para sacar la basura… espera... no puede ser, ¡cortó a su marido en trozos! ¡Se va librar del cadáver!» 

Volvió a llamar a la policía. 

—¡Mi vecina cortó a su marido en trozos y se va a deshacer de su cadáver! —gritó el. 

Esta vez sí dio su nombre y la dirección de su vecina. A los pocos minutos volvió a escuchar las sirenas. 

—¿Ansel? —dijo Ricardo que se había despertado. Miró a Ansel de pie y que espiaba de nuevo. Luego escuchó las sirenas—, ¿otra vez? 

—¡Se está deshaciendo del cadáver! —gritó. 

Ricardo se colocó junto a él y oteó la casa de los Hook.Varios agentes hablaban con la señora Hook y otros registraban las bolsas. Lo único que sacaron fue prendas de ropa. 

—No puede ser… —dijo Ansel que se giró. 

—¿Acaso viste el cadáver? 

—No, pero… 

—Pero nada, solo viste un cuchillo manchado, y desde aquí —le interrumpió.

Volvieron a discutir. 

—Mañana le vas a pedir disculpas a la señora Hook —dijo Ricardo. 

—No pienso ir —contestó. 

Ricardo se dirigió al cuarto, se giró antes de entrar y dijo:

—Pues yo sí.

A la mañana siguiente, a Ansel le despertaron los ruidos que provenían de la cocina. Apoyado en las muletas llegó a esta, su marido guardaba unos tuppers en unas bolsas de plástico. Ansel se acercó a Ricardo pero él se apartó. Ricardo cogió la bolsa y salía de la cocina cuando Ansel le dijo: 

—¿Adónde vas? 

—Voy a darle estas galletas caseras a la señora Hook y a disculparme  —cerró la puerta. 

Ansel se quedó de pie frente a la puerta unos minutos. Luego fue a su sitio frente a la ventana. La señora Hook estaba abriendo cajas cuando se acercó a la entrada, la abrió y entró Ricardo. Su marido le entregó las galletas con su encantadora sonrisa y empezaron a hablar. Hablaron un rato hasta que la señora Hook entró en la cocina y al volver al salón, portaba un cuchillo. Ricardo entró en pánico y empezó a correr pero se tropezó con las cajas y se cayó. La señora Hook se acercó a él y empezó a apuñalarlo. 

—¡Noooo! —gritó Ansel. 

Ansel se levantó muy rápido, perdió el equilibrio y se desplomó. Se agarró al sofá y se levantó poco a poco. Salió del piso lo más rápido que pudo con la muletas. Bajó por el ascensor, cruzó el patio custodiado por el pavo real, entró en el otro bloque y volvió subir en el elevador. Al salir vio a la señora Hook que caminaba hacia las escaleras, Ansel, muy sudado, marchó en pos de ella. Al llegar junto a su vecina, no se lo pensó y la empujó. La mujer cayó rodando por las escaleras. Se agarró de la barandilla para poder bajar y le quitó las llaves y de la misma manera volvió a subir. Llegó a la puerta y la abrió. 

—¡Sorpresa! —gritaron todos sus amigos, su familia y Ricardo.


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