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El Laberinto de Wololo
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Desaparición nocturna

julio 30, 2020, 20:58, No hay comentarios

Todos los colores desaparecieron, tan solo existían blancos, negros y grises. Las casas blancas, la nieve blanca, los árboles negros, el vestido negro y el oscuro cielo gris. Podía escuchar el sonido del viento por la ventana abierta, su cama estaba revuelta y vacía y la lámpara de princesa, rota en el suelo junto a sus zapatillas. 

Ander se acercó a la ventana, justo debajo, en el parqué, había restos de nieve, miró a través de ella y gritó:

 —¿¡Alicia!? 

El césped no se podía distinguir debido a la nieve, tirado a un lado había un cubo abollado.

—¿Ander? ¿Qué ocurre? —dijo Laura detrás de él—, ¿y Alicia?

—¡No lo sé! —Ander corrió fuera del cuarto. 

 Salió de la casa y fue al lugar donde estaba el cubo de basura. Estaba en un lateral de la casa, rodeada por una valla de madera pintada de un blanco que se confundía con la nieve. Aunque apenas podía ver a su alrededor por la escasa iluminación, podía distinguir la silueta de los columpios en la parte trasera. Ander vio las huellas de unos zapatos de adulto que iban en dirección a la parte delantera y las siguió. El rastro se perdía junto a la carretera, donde descubrió unas marcas de neumáticos en el asfalto.

Ander, aterrado, se dirigió corriendo a la casa del vecino de enfrente, tocó frenético el timbre y golpeó con fuerza la puerta que no tardó en abrirse.

—Señor Herrera, ¿sabe acaso que ho…? 

—¿Ha visto a alguien frente a mi casa esta noche? —le interrumpió. 

Despertó a sus vecinos más cercanos y les preguntó, sin ningún resultado. Cuando volvió vio varios coches de policía aparcados frente a su domicilio y entró corriendo. 

—¡Tienen que hacer algo! —sollozaba Laura mientras agarraba la chaqueta de un agente. 

—¿Es usted el señor Herrera? —preguntó uno de los policías.

—¡Mi hija ha desaparecido! —gritó él. 

El matrimonio Herrera habló con los dos agentes durante lo que les parecieron horas. Llegaron más y más policías y pronto la casa se llenó de ruido. Después de responder a las mismas preguntas una y otra vez, un hombre con camisa negra y vaqueros se acercó a ellos. 

—Buenos días, señor y señora Herrera. Soy el inspector Gómez y me encargo del caso de su hija —sacó un bolígrafo y una libreta del bolsillo trasero del pantalón—. ¿Me podrían responder a unas preguntas?

—¿Más preguntas? —subió la voz Ander—. ¡Estamos cansados de responder preguntas! ¡Mi hija sigue ahí fuera! 

—Cálmese, señor Herrera —levantó la mano.

—Cariño, cálmate —Laura le tocó el brazo a Ander. 

—¿Qué hacían antes de que la niña desapareciera?

—¡No, la secuestraron! ¡La secues…! 

Laura le apretó más fuerte el brazo. 

—Cariño, el inspector quiere ayudarnos a encontrar a Alicia. 

Ander suspiró. Miró al suelo. 

—Estábamos durmiendo, me levanté porque tuve que ir al baño y me asomé a la habitación de Alicia para verla dormir y no … —tragó con dificultad—, no estaba. 

—¿Sospechan de alguien? —preguntó el inspector Gómez. 

—No —contestó Laura.

—No tengo ni idea —dijo Ander.  

—¿Cómo se conocieron ustedes? —siguió preguntando el inspector.

—Trabajábamos juntos en la misma oficina —contestó Ander. 

—¿Y siguen trabajando juntos?

—Yo lo dejé, trabajo desde casa para poder estar más tiempo con Alicia. Laura sigue trabajando en el mismo sitio. 

—¿Cómo era la relación con su hija? 

—Somos inseparables desde que era pequeña —dijo Ander—, y Laura la ve ya como su propia hija.

—¿Usted no es la madre? —el inspector estaba escribiendo en su libreta.

—No, es su madrastra —contestó Ander.

—¿Cómo se llevaba con su hijastra, señora Herrera?

—Muy bien…¿Por qué lo pregunta? —respondió Laura. 

—Los primeros agentes, que llegaron para recoger pistas, registraron la casa y buscaron entre las pertenencias de ambos y encontraron estos papeles. Son documentos del internado de las afueras y están firmados por usted, señora Herrera —le pasó una carpeta llena de folios a Ander. 

—¿Qué documentos…? ¿Qué internado? —Ander abrió la carpeta y empezó a hojear las páginas—, ¿qué significa esto, Laura? 

—No es nada, cariño, era algo que te quería ha… —empezó ella. 

—¿Por qué no me lo dijiste? —interrumpió él.

—Los firmé hace tiempo, Ander. Los iba a romper, ni siquiera me acordaba de que los tenía.

—¡Me lo tendrías que haber dicho antes de firmar nada!

—¡Lo sé, cariño, lo sé! ¡Perdóname! 

Laura se acercó para abrazar a Ander y él la apartó. 

—Cálmense los dos —intervino el inspector—. Todavía me queda una pregunta. 

Los dos le miraron.

—¿Qué le ocurrió a la madre biológica? 

 —Pues… —empezó a decir Ander 

—¡Ya no está! —interrumpió Laura con un grito—. Disculpe… Es algo... Reciente —se pasó la mano por la cara—. ¿Saben algo ya? Han pasado varias horas desde que llegaron y no nos quieren contar nada, tan sólo nos están poniendo la casa patas arriba y sacando fotos a todo. 

—Estamos investigando, señora. Los primeros agentes descubrieron huellas recientes de neumáticos en el asfalto, indicaban que hubo una gran acelerada, también eran unas marcas de gran grosor. La científica ya las está analizando para descubrir la marca y modelo del coche.

Ya era mediodía cuando el inspector se marchó, en la casa todavía había varios agentes, tanto dentro como fuera. El cielo estaba despejado cuando Ander salió a la calle. Pudo ver policías que tomaban muestras y fotografías de las marcas de neumáticos que había visto la madrugada pasada en el asfalto, varios policías evitaban que una marea de personas se aproximase a la casa. Entre ese grupo de personas, pudo ver tanto cámaras de televisión como de periodistas con micrófonos en mano que señalaban en su dirección. Muchos de los que no eran periodistas grababan la escena con sus teléfonos móviles. Ander, asustado, se dirigió al lateral del edificio para ver también a otros agentes, unos pocos sacaban instantáneas y otros, con bolsas transparentes, se llevaban muestras del cubo de basura y de las huellas de zapatos. 

Por la noche Ander se sentó en el sofá, exhausto. Todavía quedaban algunos agentes explorando los alrededores y otros controlando a las masas. Encendió un cigarro le dio una calada y con la otra mano cogió el mando de la televisión y la encendió. 

Buscaba en los canales de televisión por si había alguna nueva información sobre su hija. Las noticias sólo informaban de que iba a nevar más en los próximos días; de las carreteras cortadas y de los múltiples accidentes. La única noticia que lo sobresaltó fue la del accidente en el hospital psiquiátrico del norte la noche anterior. Según las noticias, se había producido un incendio en las cocinas y se había extendido por una parte del edificio, nadie resultó herido. Con el paso de los años, había intentado olvidar el día en el que unos enfermeros del hospital psiquiátrico se llevaron a su exmujer, sin éxito. 

Al día siguiente, seguían sin tener ninguna noticia nueva de Alicia, Ander dejó de comer, apenas dormía y lo único que hacía era estar frente al televisor. Laura tampoco comió ni durmió, aún así ella fue a trabajar. Ander veía a través de la ventana del salón como el día y la noche pasaban mientras estaba sentado en el sofá. 

Ander se despertó, se había quedado dormido en el sofá viendo las noticias, a su lado estaba su mujer, se había quedado dormida. Ander pensó que seguramente volvió tarde de nuevo de trabajar. Vestía un traje nuevo que estaba arrugado, pudo ver un pequeño arañazo junto a una de las clavículas. Estaba despeinada y sin maquillar. Se la quedó mirando y recordó el día en el que Laura y Alicia se conocieron.

Ander y Laura estaban sentados, cogidos de la mano, en un banco del parque, frente a la guardería Valdes. Miraban a Alicia, que jugaba con otros niños. 

—¿Estás seguro de que le voy a caer bien, Ander? —dijo Laura que se colocó el pelo con una mano temblorosa. 

—Por supuesto, cariño —le apretó la mano.

—Y lo que le pasó a su madre… —miró al cielo, aquel día, el sol jugaba al escondite—. ¿Se lo contarás? ¿Le contarás lo que pasó?

—Cuando sea mayor, quiero que sepa lo que… —se interrumpió cuando vio a su hija acercarse—. ¡Cariño! —la cogió en brazos y la alzó—. ¿Te lo estás pasando bien?

Alicia sonrió y movió la cabeza de arriba a abajo. 

—Hola, preciosa —Laura le acarició el moflete con suavidad—, ¿cómo te llamas, bonita? 

Alicia se apartó con brusquedad. 

—¿Quién eres tú? 

—Cariño, ella es Laura y va a vivir con nosotros a partir de ahora —dijo Ander mientras le acariciaba el pelo.

—¡Ella no es mi mamá!

Y justo en ese momento el sol desapareció completamente… El teléfono sonó junto a él, Ander volvió al presente y contestó.

—¿Diga? 

—¿Señor Herrera? Buenos días, soy el inspector Gómez.

Se levantó tan rápido que despertó a Laura. 

—¿Han encontrado a mi hija? 

—Estamos siguiendo pistas, señor. Recibimos la llamada de un hombre que asegura haber visto una ambulancia, en muy mal estado, aparcada frente a su casa la noche del secuestro. 

—¡Espere, espere! ¿Qué hombre? ¿Qué ambulancia? 

—Tranquilícese, señor Herrera. El hombre estaba paseando a su perro y en ese momento pasó por su casa y la vio. Según su descripción de la ambulancia, estamos seguros de que se trataba de una de las que fueron robadas el día del incidente en el hospital psiquiátrico. 

—¿Ander...? —Laura se incorporó. 

—¿Incidente? ¿Está hablando del incendio de hace tres noches?  —tragó él con esfuerzo. 

—Bueno, esa es la versión oficial, lo que ocurrió de verdad fue que se produjo un motín y muchos de los pacientes escaparon. 

Ander no respondió

—¿Señor Herrera...? —se podía escuchar la respiración del inspector—. ¿Sigue ahí? 

—Si…

—¿Por qué no me dijo que su exmujer era paciente? 

—¿Lo saben? ¿Cómo… ? 

—Por eso le llamo, señor Herrera. Su exmujer Esther fue una de los pacientes que escaparon.

—¿Qué pasa, Ander? —preguntó Laura mientras le tocó el brazo a Ander. 

—¿Sabe dónde puede estar? ¿Cree que pudo llevarse a mi hija?

—Por eso le llamaba. Hemos encontrado a su exmujer. Siento comunicarle que la encontramos muerta, dentro de la ambulancia. Estaba aparcada cerca del parque, junto a la guardería Valdés. No había rastro de su hija. 


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